La subida del nivel freático y la inundación de zonas habitables, como aquí en Niamey (Níger), ilustra uno de los retos de la gestión sostenible del agua.

© Halidou Alassane Hado

La gestión del agua, un reto de desarrollo sostenible

Updated 23.05.2022

Fuente de vida, el agua es esencial para nuestra salud, bienestar y dignidad, así como para el funcionamiento de nuestros ecosistemas y sociedades. El acceso al agua es, por tanto, sinónimo de desarrollo. Sin embargo, en todas partes del mundo, el agua se está utilizando en exceso, malgastando y contaminado a un ritmo sin precedentes. Con motivo del 9º Foro Mundial del Agua, celebrado en Dakar del 21 al 26 de marzo de 2022, IRD le Mag' hace un balance de los retos que tenemos por delante para preservar de forma sostenible este recurso natural único.

 

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Símbolo de pureza, fertilidad y vida, el agua es un recurso especial, indispensable para saciar nuestra sed y producir alimentos, para lavarnos y revitalizarnos, así como para el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. El agua es necesaria para la producción de energía, para la navegación o para la fabricación de la ropa que llevamos y los productos que consumimos cada día. Pero este valioso recurso se encuentra amenazado. Mientras que en muchas partes del mundo las reservas de agua están sobreexplotadas, en otras se dan por sentadas y se malgastan. Y, a pesar de la existencia de ingeniosos sistemas para el reparto del agua, la actividad humana en todas partes está deteriorando su calidad, haciéndola inadecuada para el consumo y la agricultura, e incluso perjudicial para el medioambiente.  
El cambio climático, por su parte, afecta globalmente a todo el ciclo del aguaFenómeno natural que se corresponde con el proceso de circulación del agua entre los océanos y los continentes en sus diversas formas: desde las precipitaciones hasta el agua de los ríos que llega a los océanos antes de evaporarse de nuevo para formar nubes y comenzar un nuevo ciclo.. Como consecuencia, las lluvias escasean en algunas zonas, dando lugar a sequías, mientras que en otras son abundantes y provocan inundaciones.  Las amenazas que pesan sobre tan preciado recurso y los riesgos derivados podrían socavar gravemente los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, especialmente en el Sur. Empezando por el Objetivo 6, que pretende garantizar el acceso al agua potable y saneamiento para todas las personas en 2030, el cual aún tiene un largo camino por recorrer. Según las últimas estimaciones de las Naciones Unidas, 2000 millones de personas seguían sin tener acceso a agua potable en sus hogares en el año 2020. Y de ellas, 771 millones tenían que desplazarse al menos 30 minutos desde sus casas para acceder a agua potable. Peor aún, más de 100 millones de personas beben agua sin tratar y de mala calidad, con todo lo que ello supone (patógenos, contaminación…). Ante este sombrío panorama, urge gestionar este recurso de forma más sostenible para frenar esta crisis universal del agua, la cual se ve agravada por una población mundial cada vez más numerosa y un clima que está cambiando.  

 

 

Solo el 2,8 % del agua de la Tierra es dulce, y un porcentaje aún menor puede utilizarse.

© 俊 何 de Pixabay

Buscadores de oro azul

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El planeta azul. La Tierra tiene tanto agua en su superficie que se ve azul desde el espacio. Casi tres cuartas partes de la superficie terrestre están cubiertas por agua. Ya sea en estado líquido, en los océanos, mares, lagos, lagunas y ríos o bajo tierra, o en forma de hielo y nieve en los glaciares, banquisas, casquetes polares y en las cumbres de las montañas.

Los glaciares contienen el 69 % del agua dulce de la Tierra.

© IRD - Olivier Dangles

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Sin embargo, solo el 2,8 % de toda esta agua –1400 millones de km3– es dulce y menos del 1 % es directamente aprovechable en la superficie o en las capas freáticasReservas de agua, también llamadas acuíferos, situadas bajo la superficie terrestre.. En definitiva, el agua dulce es relativamente escasa. Varias generaciones de hidrólogos se han afanado en cuantificar los recursos hídricos disponibles midiendo los caudales y profundidades de los ríos, evaluando la superficie de los mares interiores y los lagos o sondeando el suelo en busca de depósitos de agua subterránea. “Estos datos son fundamentales para conocer todos los aspectos del ciclo hidrológico”, explica el hidroclimatólogo Fabrice Papa, director de investigación de la UMI LEGOS. El conocimiento exhaustivo que proporcionan estas mediciones acerca de los recursos hídricos permite gestionarlos mejor. Por ejemplo, si queremos saber el volumen retenido por las presas y distribuirlo en función de las necesidades domésticas, agrícolas o industriales. Estos datos son valiosos también para prevenir inundaciones y saber cómo actuar si se producen. Sin embargo, no siempre son fáciles de obtener, sobre todo en regiones de difícil acceso, como la zona intertropical o los polos, o en regiones poco seguras (guerra, terrorismo…). Desde hace unos treinta años, se vienen utilizando satélites para completar desde el espacio estas mediciones efectuadas sobre el terreno.
 

El agua desde el espacio

 

Los satélites Sentinel para la observación de la Tierra y los océanos de la Agencia Espacial Europea orbitan a 786 km de altura en una órbita sincrónica al sol y transmiten sus datos por láser a los satélites geoestacionarios.

© DR

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La hidrología espacial es una magnífica herramienta para recabar datos a gran escala desde múltiples puntos de observación”, explica entusiasmado Fabrice Papa. Dependiendo de los instrumentos con los que estén equipados los satélites, es posible evaluar las precipitaciones, determinar el nivel y la extensión de las aguas superficiales o la calidad el agua continental. “Estas mediciones permiten responder a preguntas de investigación concretas”, añade el hidroclimatólogo. “Cruzando los datos de varios satélites, pudimos demostrar que el lago Chad ya no se está secando como en los años 70 y 80, sino que, por el contrario, su superficie y capacidad de almacenamiento han aumentado desde el 2003”. Estos resultados obligan a replantear el proyecto de desviación del río Oubangui, afluente del río Congo, para abastecer de agua a este oasis aislado en el corazón del Sahara.

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Además de las masas de agua, los satélites también permiten estudiar las variaciones hidroclimáticas de las grandes cuencas fluviales, uno de los temas favoritos de Fabrice Papa.
En colaboración con nuestros compañeros franceses y brasileños, hemos utilizados los datos de los satélites para evaluar la variación de la cantidad de agua contenida en las capas freáticas de la cuenca del Amazonas. ¡Es la primera vez que se hace!”. En la actualidad, el investigador está estudiando la cuenca del Congo, que abarca casi cuatro millones de km2 en diez países y tiene unos 25 000 kilómetros de vías navegables. “Es la segunda cuenca fluvial más grande del mundo, después de la del Amazonas, pero solo hay una decena de estaciones de medición operativas", lamenta el hidroclimatólogo. “Contamos con muy pocos datos sobre su caudal actual y su futura evolución”. Para remediarlo, la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD) colabora con la Comisión Internacional de la Cuenca del Congo-Oubangui-Sangha (CICOS) y el Centro Nacional de Estudios Espaciales (CNES) para poner en marcha un proyecto con el objetivo de utilizar los datos de los satélites para monitorear la hidrología de esta inmensa cuenca, situada en medio de bosques tropicales difícilmente accesibles. “Los satélites proporcionarían 2300 puntos de medición en el río casi en tiempo real", afirma el investigador. Además de ofrecer una mejor comprensión del sistema hidrológico de la cuenca, los datos generados podrían utilizarse para crear herramientas de apoyo a la toma de decisiones en ámbitos como la navegabilidad o la gestión de recursos.

 

SWOT: nuevas perspectivas para la hidrología espacial

Producto de una colaboración entre la NASA y la agencia espacial francesa CNES, el SWOT (Surface water and ocean topography) es una misión espacial que promete revolucionar la hidrología. “La comunidad científica espera con impaciencia su lanzamiento a finales del 2022, ya que se trata del primer satélite dedicado al estudio de las aguas superficiales”, explica Fabrice Papa, miembro del equipo científico del proyecto y coordinador del grupo de trabajo sobre hidrología fluvial. “Gracias a un altímetro que abarca una amplia superficie con una resolución espacial muy precisa de unos 100 metros, SWOT permitirá determinar las variaciones espaciales y temporales del nivel de las aguas continentales, así como su extensión y caudal, con una precisión incomparable”.  

 

 

 

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Agua de mayo para la investigación

Además de las dificultades de acceso, algunos datos hidrológicos no están disponibles por cuestiones de soberanía estatal, confidencialidad o falta de recursos. Esta situación afecta especialmente a África cuya red de estaciones hidrológicas es muy reducida. El lanzamiento online en 2020 de la base de datos hidrológicos ADHI (African database of hydrometric indices) resuelve parcialmente este problema. “Este repositorio único en África pone a disposición de la comunidad científica los datos actuales e históricos de cerca de 1500 estaciones de medición distribuidas en la mayor parte del continente africano”, explica Yves Tramblay, hidrólogo de la UMI HSM y responsable de esta base de datos. Creada por el IRD con la colaboración de los servicios nacionales de varios países africanos, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Global runoff data centre ("Centro de datos de escorrentía mundial”) (GRDC), ADHI es la culminación de un esfuerzo de colaboración de varias generaciones de hidrólogos, cuyas mediciones se remontan a la década de 1950. “Estos datos contribuyen a responder a preguntas de investigación para así mejorar los conocimientos hidrológicos en el continente africano”, añade el investigador. Alojada por DataSuds, el almacén de datos del IRD, la base ADHI ya ha sido descargada por 2200 usuarios en todo el mundo.

 

 

 

 

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Los datos hidrológicos son fundamentales para conocer los recursos de agua actualmente disponibles, pero también para entender cómo evolucionaron en el pasado y predecir su futuro en un contexto de aceleración del cambio climático. Ese es, de hecho, uno de los objetivos del proyecto Ciclo del Agua y Cambio Climático (CECC, por sus siglas en francés) que busca proporcionar escenarios futuros sobre la disponibilidad de los recursos de agua en el Sahel y en los Andes tropicales; dos regiones en las que el ciclo del agua se está viendo muy afectado por el aumento global de la temperatura. “Utilizando modelos hidrológicos y meteorológicos, vamos a simular la evolución de las aguas superficiales y subterráneas en determinadas zonas de estas regiones hasta el año 2100”, explica Benjamin Sultan, climatólogo de la UMI Espace-DEV. Los principales focos de interés de los investigadores son la ciudad de Dakar en Senegal, el curso medio del río Níger, el lago Titicaca y la cuenca alta del río Beni en el oeste de Bolivia. Los resultados de este proyecto, iniciado en julio del 2021 y financiado por un periodo de cuatro años por la AFD y el IRD, estarán a disposición de los responsables de la toma de decisiones, los gestores y el mundo académico a través de un portal web. “Además se desarrollarán herramientas de ayuda a la toma de decisiones para facilitar la gestión de las obras hidráulicas y prevenir los riesgos de sequía e inundación en estas regiones de por sí vulnerables”, añade el investigador. 

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  • Yves Tramblay, Nathalie Rouché, Jean-Emmanuel Paturel, Gil Mahé, Jean-François Boyer, Ernest Amoussou, Ansoumana Bodian, Honoré Dacosta, Hamouda Dakhlaoui, Alain Dezetter, Denis Hughes, Lahoucine Hanich, Christophe Peugeot, Raphael Tshimanga et Patrick Lachassagne, ADHI: the African Database of Hydrometric Indices (1950–2018), Earth System Science Data [13(4):1547–1560], 15 avril 2021 ; doi:10.5194/essd-13-1547-2021

  • Simon Pierrefixe

Las inundaciones que asolaron Tailandia entre julio y noviembre de 2011 fueron causadas por una serie de tifones.

© IRD

¡Cuánta agua!

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El agua, fuente de vida, puede convertirse rápidamente en una fuerza destructora. El desbordamiento de los ríos, las inundaciones y los corrimientos de tierra son catástrofes causadas por un exceso de lluvias.  Según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR)Informe “The Human Cost of Disasters - An overview of the last 20 years 2000-2019” publicado en 2020 https://reliefweb.int/report/world/human-cost-disasters-overview-last-20-years-2000-20191, el número de desastres relacionados con inundaciones se ha incrementado en un 134 % desde el año 2000 respecto a las dos décadas anteriores. Y las previsiones del IPCC no son nada tranquilizadoras. “Incluso los escenarios más optimistas apuntan a un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos en los próximos años, incluyendo una intensificación de las precipitaciones”, informa el climatólogo Benjamin Sultan, autor colaborador del 6º informe de evaluación del IPCC, que se concluirá a finales de 2022.

Las variaciones del régimen hidrológico amenazan algunas actividades humanas, como la explotación de esta pres a de riego en el valle de Tafilalet, en Marruecos, ahora seca.

© IRD - Thierry Ruf

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Este futuro sombrío ya es una realidad en algunas regiones del mundo, como el Sahel. “En esta región semiárida, las precipitaciones acumuladas han aumentado desde principios de la década de 2000, pero el número de días de lluvia se ha mantenido estable; las lluvias son simplemente más intensas", señala el experto. “Uno de los mecanismos climáticos en juego es la relación Clausius-Clapeyron, según la cual la cantidad máxima de agua en forma de vapor aumenta con la temperatura. Por cada grado adicional, el contenido efectivo de vapor de agua aumenta un 7 % de media. Este exceso de humedad en la atmósfera es lo que hace que las lluvias sean más intensas." Ahora bien, la reducción de la cubierta vegetal natural y la intensificación de la agricultura en el Sahel han dejado muchos suelos desnudos. “En caso de lluvia intensa, estas tierras son más vulnerables a la formación de costras superficialesCostras compactas que se forman por el impacto de las gotas de lluvia sobre suelo desnudo, lo cual provoca el colapso de los agregados en la superficie del suelo, con una consiguiente reducción de la infiltración de agua y, por tanto, una mayor escorrentía que sellan el suelo y aumentan el riesgo de inundación por escorrentía del agua de lluvia”, añade Benjamin Sultan. Con todas las consecuencias que ello implica para las personas, los cultivos, el ganado o las infraestructuras.

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    Cada vez más inundaciones

    Cuando se producen en una cuenca hidrográficaZona geográfica que drena todo el agua de un río y sus afluentes, estas fuertes lluvias pueden provocar inundaciones río abajo, llegando a causar importantes daños materiales y humanos (ver Recuadro). Por ejemplo, entre los años 1950 y 2019, el desbordamiento de ríos en el continente africano afectó a 82 millones de personas registrándose unas 27 000 muertes, según la Base de Datos Internacional sobre Desastres Naturales (EM-DAT). Pero si se analizan detenidamente, estas cifras están distribuidas de forma desigual: casi tres cuartas partes de estas muertes se produjeron a partir del año 1990. La base de datos ADHI ofrece una explicación parcial. "Un análisis detallado de los datos hidrológicos procedentes de casi 900 estaciones de medición durante este periodo muestra un aumento de las inundaciones fluviales en África occidental y meridional a partir de la década de 1980 ", afirma Yves Tramblay, que ha supervisado este trabajo.

     

    Desbordamiento de una balsa de retención, Riviera Bonoumin (Cocody, Abijan, Costa de Marfil)

    © IRD - Luc Séguis

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    El aumento de las precipitaciones, especialmente en forma de lluvias torrenciales, desempeña un papel importante en la frecuencia de estos eventos extremos. No obstante, como en el caso de las inundaciones por escorrentía, el cambio de uso del suelo agrava el riesgo de inundación. “Las zonas urbanas y algunos terrenos agrícolas no retienen el suficiente agua de lluvia, lo que hace que los ríos se desborden”, explica el hidrólogo. Otros estudios llevados a cabo por Yves Tramblay, también a partir de los datos de la ADHI, ponen de relieve otro factor importante en la ocurrencia de inundaciones fluviales: la humedad del suelo. “Al comparar la estacionalidad de más de 11 000 inundaciones registradas entre 1981 y 2018 por unas 400 estaciones de medición del continente africano, hemos demostrado que la humedad del suelo es un factor estadísticamente más importante para desencadenar inundaciones que la precipitación máxima anual”. Los suelos anegados impiden efectivamente que el agua de lluvia se infiltre en el suelo, favoreciendo la escorrentía. “Por supuesto, sin precipitaciones no habría inundaciones, pero la humedad del suelo modula el impacto de las lluvias y el hecho de que se produzcan o no inundaciones”, aclara el investigador.

    Prevenir las inundaciones en Marruecos

    Los sistemas de prevención de inundaciones fluviales brillan prácticamente por su ausencia en África, pese a que pueden salvar vidas. En el Magreb, por ejemplo, “las inundaciones se cobraron el doble de víctimas que en el norte de Europa en las últimas décadas”, afirma Yves Tramblay. Los profundos valles del Alto Atlas marroquí, como el del río Ourika, al sur de Marrakech, sufren regularmente inundaciones cortas pero muy repentinas. “Aún recuerdan, por ejemplo, la inundación del 17 de agosto de 1995”, cuenta El Mahdi El Khalki, profesor investigador de hidrometeorología en la Universidad Politécnica Mohammed VI de Ben Guerir, al norte de Marrakech. Al atardecer de este caluroso día de verano, se desató una terrible tormenta aguas arriba de la cuenca del Ourika y las lluvias torrenciales desbordaron el cauce del río. En apenas diez minutos, su caudal se multiplicó por 30. El agua arrasó con todo a su paso. El balance fue nefasto: 289 víctimas, más de 200 ha de tierras de cultivo destruidas, más de 2000 cabezas de ganado ahogadas y daños valorados en unos 15 millones de dólares americanos.

    A raíz de esta catástrofe, se instauró un sistema de alerta basado en la observación de las precipitaciones y los caudales en tiempo real, pero el margen de aviso resulta insuficiente para actuar ante inundaciones relámpago como las de 1995”, explica El Mahdi El Khalki que actualmente está trabajando en el desarrollo de un sistema de previsión de inundaciones fluviales a nivel nacional. El objetivo es poder prever posibles desbordamientos con un margen de antelación de entre 24 y 48 horas. Su tesis, codirigida por Mohamed El Mehdi Saidi, profesor de la Universidad Cadi Ayyad de Marrakech, e Yves Tramblay, ya ha demostrado la viabilidad de este sistema en el valle del Ourika y en una cuenca hidrográfica cercana, el Rheraya. “Después de haber adaptado los modelos hidrológicos y meteorológicos al contexto marroquí, conseguimos simular, a partir de los datos pluviométricos de la Dirección General de Meteorología (DGM), el caudal de estos ríos durante varias crecidas que tuvieron lugar en estas cuencas entre 2014 y 2016 ", señala el investigador. Este trabajo, llevado a cabo en el marco del Laboratorio Mixto Internacional (LMI) TREMA que aborda la gestión sostenible del agua en las cuencas hidrográficas al sur del Mediterráneo, fue seleccionado por la Comisión Especial sobre el Modelo de Desarrollo (CSMD) de Marruecos, creada por el Rey Mohammed VI, en el apartado "Cambio climático y recursos naturales: respuestas para el Marruecos del mañana".

     


     

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    Además de las inundaciones fluviales, se espera que las tormentas y ciclones tropicales, también llamados huracanes y tifones, se vuelvan más intensos como consecuencia del cambio climático. Estos ciclones son áreas de baja presión que extraen su energía de los océanos, que se calientan con el aumento global de la temperatura.  Aunque las predicciones del IPCC no son tan contundentes como en el caso de las lluvias intensas, este calentamiento del agua no solo podría provocar ciclones más intensos, sino ampliar su trayectoria a regiones a las que habitualmente no llegan estos cataclismos.

     

    Almacén de una cooperativa agrícola destruido por el ciclón Idai (marzo 2019) en Buzi, Mozambique.

    © IRD - Stéphanie Duvail

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    Así pues, tenemos que estar preparados para nuevas crisis humanitarias en el futuro como la causada por el ciclo tropical Idai en la provincia de Sofala (Mozambique) en 2019. El 15 de marzo de ese año, los vientos de hasta 205 km/hora provocaron una marejada ciclónicaElevación repentina del nivel del mar causada por una tormenta con olas de hasta 4,4 metros de altura que se abatieron sobre el puerto de Beira, devastando la ciudad e inundando los alrededores hasta 20 kilómetros tierra adentro. Por si fuera poco, las lluvias torrenciales del ciclón provocaron el desbordamiento de los ríos Búzi y Pungwe el 17 de marzo, agravando una situación de por sí catastrófica. La catástrofe se saldó con 602 muertos oficiales en Mozambique y cerca de 110 000 personas evacuadas solo en el distrito de Búzi.

     

    © Copernicus Sentinel 1 Satellite – Wikipedia

    El satélite Copernicus Sentinel-1 de la Agencia Espacial Europea tomó imágenes del ciclón Idai en Mozambique el 19 de marzo de 2019. Esta imagen muestra en rojo la extensión de la inundación alrededor de la ciudad de Beira.

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    A pesar de que las inundaciones son frecuentes en la región, no contaban con un plan de acogida para los refugiados”, lamenta Uacitissa Mandamule que estudia los problemas derivados del desplazamiento y el reasentamiento de las víctimas de la catástrofe como parte de su tesis de sociología, codirigida por Valérie Golaz, demógrafa del Instituto Nacional de Estudios Demográficos francés (INED) y Stéphanie Duvail, geógrafa de la UMI PALOC. Por ejemplo, el distrito de Búzi cuenta con 13 centros de reasentamiento con un total de 6662 hogares, 2000 de ellos en Guara-guara, una localidad ubicada a unos 15 km río arriba del delta de Búzi. “Estos refugiados se encuentran en una localidad que carece de actividades económicas y alejados de su principal medio de subsistencia, el cultivo del arroz en la llanura aluvial”, continúa la doctorante. Este desplazamiento de población provoca además tensiones con los habitantes de Guara-guara. "No se consultó a la población local y ahora se ve desprovista de recursos, ya que los refugiados están asentados en tierras ganaderas y agrícolas".

    Asentamiento de refugiados en Guara-guara, dos meses después del ciclón Idai en mayo de 2019

    © Uacitissa Mandamule

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    Durante las entrevistas realizadas para su tesis con el apoyo del Equipo Joven Asociado al IRD (JEAI) ITANGO-MOZ  sobre la gobernanza de los recursos naturales en Mozambique, Uacitissa Mandamule se dio cuenta de que estos refugiados no pensaban emigrar definitivamente: “Están muy apegados a su tierra y han aprendido a vivir con las inundaciones adoptando estrategias de adaptación”. Han habilitado, por ejemplo, nuevas zonas de producción hortícola o para el cultivo del cacahuete o la yuca en tierras más altas. En el valle siguen cultivando arroz, pero con variedades más resistentes a las inundaciones. Sin embargo, el futuro de estos refugiados es muy incierto. Desde entonces se han producido nuevas inundaciones en el delta de Búzi, con más muertos, desplazados y refugiados, en febrero de 2020, en el año 2021 con el ciclón Éloïse y a principios de 2022 con la tormenta tropical Ana.

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    Con los cimientos en el agua

    Algunas inundaciones no son repentinas ni violentas ni catastróficas, sino que se van formando sigilosamente. Es lo que ocurre cuando sube el nivel freático, como en Niamey, Níger. "Las primeras señales de inundación aparecieron a mediados de los 90 en el barrio Dar Es Salam", cuenta Halidou Alassane Hado, doctorante nigeriano en hidrogeología que está estudiando los diferentes tipos de inundaciones que afectan a la capital de Níger. En los últimos años, el fenómeno se ha intensificado. “Ahora mismo hay cuatro barrios afectados por este tipo de inundación durante todo el año. Algunas casas tienen literalmente los cimientos en el agua”, se lamenta Halidou Alassane Hado. Como consecuencia, la humedad acumulada debilita las casas y obliga a muchos de sus habitantes a abandonarlas. Algunos edificios acaban por derrumbarse. El agua estancada en las parcelas inundadas favorece, por otro lado, la transmisión de enfermedades diarreicas y la aparición de parásitos transmisores de enfermedades como la malaria.

     

    Casa inundada en el barrio Sonuci de Niamey

    © Halidou Alassane Hado

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    Este aumento del nivel freático también conduce a una contaminación de las aguas subterráneas debido a su interrelación con las aguas superficiales”, añade el joven investigador. Su tesis, dirigida por Mahaman Moustapha Adamou, profesor de ingeniería del agua y del medioambiente en la Universidad Abdou Moumouni de Niamey, y realizada con el apoyo logístico y académico del IRD, ha identificado hasta qué punto el nivel freático ha subido también en otras partes de la ciudad. “Al comparar los datos obtenidos en los años 1960 con las mediciones actuales, calculamos que el nivel freático ha subido unos 40 metros al norte de la ciudad”. La causa es “el aumento de las precipitaciones registrado en los últimos 20 años, así como la geología de la cuenca, donde las zonas arcillosas cercanas a la superficie impiden que el agua de lluvia se infiltre a mayor profundidad”. También hay que tener en cuenta otros factores como la rápida urbanización de la ciudad y la consiguiente forestación. “En 1954, Niamey solo ocupaba el 2,5 % de la cuenca del Gounti Yéna, un afluente del río Níger, mientras que ahora ocupa el 87 %. En este tiempo, la cobertura vegetal ha pasado del 94 al 7 %”. A pesar de las repercusiones socioeconómicas y sanitarias de la subida del nivel freático, las autoridades locales no están actuando. “Pero si no se hace nada, es probable que haya más barrios afectados”, afirma Halidou Alassane Hado. No obstante, hay soluciones. “Se puede drenar la capa freática hacia el río Níger e instalar estaciones de bombeo para secar las zonas anegadas. Y de cara al futuro, restaurar el cinturón verde de Niamey plantando especies de árboles hidrófilas para bombear una parte de las aguas de lluvia antes de que lleguen a la capa freática”.

     

    Desecación del suelo en el valle de Tafilalet (Marruecos).

    © IRD - Thierry Ruf

    Mucho más que la falta de agua

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    Mientras que en algunas zonas, el nivel freático se desborda, en otras se están agotando las reservas de agua. Según el Instituto de Recursos Mundiales (WRI), la captación de agua se ha duplicado con creces desde la década de 1960. Y algunos países están explotando sus acuíferos sin darles tiempo a reponerse. En 2019, un informe del WRI basado en los datos de su portal Aqueduct calculaba que una cuarta parte de la población mundial vivía en zonas sometidas a un estrés hídricoSituación en la que la demanda de agua supera los recursos disponibles extremo. Las regiones más afectadas son el norte de África y Oriente Medio hasta el noroeste de la India. Hay algunos expertos que incluso trazan una “diagonal de la sed” desde Marruecos hasta China. Pero la sobreexplotación de las aguas subterráneas también afecta a muchos países del sur de Europa, el sur de África, Chile o Estados Unidos. “Esta crisis invisible tiene repercusiones en todo el ciclo del agua y está provocando paulatinamente una desecación del entorno que pone en peligro los ecosistemas”, lamenta François Molle, hidrogeógrafo de la UMI G-EAU. Las aguas subterráneas sustentan el caudal de los cursos de agua y la viabilidad de los humedales. "La sobreexplotación de los acuíferos también agudiza los problemas de equidad en el acceso al agua", añade el experto en gobernanza del agua. Cuando las reservas de los acuíferos superficiales se agotan, hay que excavar cada vez más profundo para bombear el agua, poniendo en peligro la posibilidad de riego para las poblaciones más pobres que no pueden invertir en pozos profundos. “Por desgracia, ni los Estados ni los usuarios han logrado realmente establecer reglas para garantizar la sostenibilidad de este recurso”, lamenta el experto. Para colmo, se prevé que el cambio climático agrave la escasez de lluvias que ya afecta de por sí a estas regiones. La cantidad y la duración estos episodios de sequía ya se han incrementado un 29 % desde el año 2000Informe “The Human Cost of Disasters - An overview of the last 20 years 2000-2019” publicado en 2020 https://reliefweb.int/report/world/human-cost-disasters-overview-last-20-years-2000-20191 respecto a las dos décadas anteriores según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR).

     

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      Bangkok bajo el mar

      El doble efecto de la sobreexplotación de las aguas subterráneas y el cambio climático también pone en peligro la resiliencia de muchas ciudades costeras, sobre todo en el sureste asiático. Este es el caso de Bangkok, que se está hundiendo progresivamente hasta el punto de verse amenazada por el aumento del nivel del mar. “Este fenómeno de hundimiento, también llamado ‘subsidencia’, está ocasionado por el peso que ejercen el suelo y los edificios de la ciudad sobre las capas de sedimentos, debilitadas por la extracción masiva de agua subterránea”, explica Thanawat Bremard, doctorante de la UMI G-EAU y de la Universidad Chulalongkorn de Bangkok. “La capital tailandesa se ha construido en la parte geológica más reciente del delta del Chao Phraya, cuyos sedimentos aún no se han compactado”.  

       

       

      Asiento diferencial bajo un puente cerca del parque industrial de Lad Krabang al este de Bangkok (22 de mayo de 2020). Los edificios altos y los puentes tienen pilares que descansan sobre una capa de arena más estable.

      © Thanawat Bremard

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      Identificado en la década de 1960, el hundimiento de la ciudad se agravó en las décadas posteriores. En los años 1970 y 1980 se registró un hundimiento de 10 centímetros al año. “En esa época, el agua subterránea se utilizaba para el abastecimiento doméstico, pero también para el desarrollo económico de la ciudad liderado por industrias con un gran consumo de agua, como la agroalimentaria, la textil y la química, o fabricantes de componentes electrónicos”, apunta el joven investigador, cuya tesis, dirigida por François Molle, trata de la gobernanza urbana del agua en Bangkok. Para frenar el hundimiento de la ciudad, las autoridades locales han adoptado mecanismos económicos, como el establecimiento de impuestos sobre el agua subterránea y la prohibición de captar agua en las zonas más críticas.
      La red de abastecimiento de agua potable, alimentada por el río Chao Phraya también se ha ampliado y densificado. Se han construido diques y sistemas de bombeo para controlar las inundaciones. Además, los nuevos planes urbanísticos han contribuido a reubicar las industrias en las afueras de la ciudad. En la actualidad, el hundimiento de Bangkok se ha estabilizado en un 1 cm al año de media. Pero Thanawat Bremard no cree que sea suficiente para descartar por completo el riesgo de inundación: “el agua subterránea sigue extrayéndose de manera ilegal, algo difícil de controlar porque no hay medios suficientes. El hundimiento sigue avanzando inexorablemente. El 6º informe del IPCC estima que el nivel medio global del mar aumentará entre 40 y 80 cm para el año 2100 en el golfo de Tailandia”. Una razón para temer grandes inundaciones como las de 2011, que sumergieron una quinta parte de la ciudad.

       

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      Una costa debilitada

      En la superficie, la situación no pinta mucho mejor. La sobreexplotación del agua de los ríos está haciendo que algunos cursos de agua se vuelvan intermitentes, o que incluso ya no lleguen al mar. Por ejemplo, desde finales del año 2021, el río Muluya, uno de los ríos marroquís más importantes, ya no desemboca en el Mediterráneo debido a la retención de agua a lo largo de su recorrido y a la sequía. Los embalses y presas también afectan negativamente al litoral. “Las costas reciben un aporte equilibrado de sedimentos por parte de los cursos de agua y las corrientes marinas, que dan forma al litoral. Pero este equilibrio costero se ha roto debido a las presas que impiden el depósito de sedimentos fluviales en la costa”, explica Gil Mahé, hidrólogo de la UMI HSM, destinado en el Instituto Nacional de Ciencias y Tecnologías Marinas (INSTM) de Cartago (Túnez). Estas obras hidráulicas retienen sobre todo los elementos más gruesos, como la arena, que es un componente esencial de las playas. Sin estos aluvionesDepósitos de sedimentos arrastrados por los ríos, las costas se erosionan inevitablemente y el mar se adentra cada más en el interior.

       

      © IRD - Gil Mahé

      Costa del norte del golfo de Túnez: el lido de la laguna de Ghar El Mellah, cuyos arbustos tragados por la arena son una señal del rápido retroceso del litoral.

      Regulador instalado en el canal de Rocade, en la región de Haouz, cerca de Marrakech, en Marruecos. El agua está muy cargada de sedimentos debido a la gran erosión de las zonas de captación, lo que crea problemas con los costes de limpieza y mantenimiento

      © IRD - Francois Molle

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      Este fenómeno es especialmente notable en la costa de los países del Magreb, que han construido una gran cantidad de presas en los últimos 50 años para abastecer de agua a una población urbana en crecimiento, así como para el riego de los cultivos y la producción de energía. “El análisis de muestras de sedimentos tomadas aguas abajo de las presas de Medjerda demuestra que este río no aporta arena a la costa del Golfo de Túnez desde hace más de 40 años”. Se han obtenido resultados similares en otros ríos marroquís, como el Bu Regreg que desemboca en Rabat, o uno de los ríos más grandes del Magreb, el Cheliff, que discurre por el oeste de Argelia desde la cordillera del Atlas. En este último caso, un estudio del JEAI Equipo Joven de la Escuela Nacional Superior de Hidráulica de Blida (JEENS) evidenció que entre 1968 y 2010, las presas construidas interceptaron alrededor del 71 % del volumen total de sedimentos arrastrados por el río Cheliff.

      Carretera muy dañada por la erosión costera en la región de Túnez.

      © IRD - Makrem Mandhouj

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      Además de un mayor riesgo de sumersión marina debido a la subida del nivel del mar, el retroceso de la costa puede tener consecuencias considerables. “En la bahía de Túnez, por ejemplo, el retroceso de la línea de costa en ciertas zonas alcanza los 20 metros por año”, señala amargamente Gil Mahé. Muchas infraestructuras –calles, casas, diques– ya están siendo devoradas por la inexorable subida del agua. Las playas de arena podrían incluso desaparecer de la costa sur del Mediterráneo. Un desastre para los países magrebíes cuyos ingresos dependen en gran parte del turismo de playa. Por último, la retención de aluviones por parte de las presas afecta a los ecosistemas marinos y, de forma indirecta, a los pescadores locales, cuyas capturas son menos abundantes y de peor calidad.

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      Un toque salado

      Ya sea en la superficie o bajo tierra, la sobreexplotación del oro azul también puede provocar la salinización del suelo, sobre todo en las zonas costeras. Por ejemplo, si el caudal de un río no es suficiente, el agua del mar puede adentrarse en su desembocadura. El frente salino, es decir, la frontera que separa las aguas dulces continentales de las aguas saladas marinas, avanza hacia el interior contaminando el suelo por difusión y haciéndolo inservible para la agricultura. Asimismo, la sobreexplotación de los acuíferos costeros puede provocar un aumento de la salinidad de las aguas subterráneas. “Cerca de la costa, el agua dulce contenida en los depósitos de sedimentos descansa sobre agua salada, que es más densa”, explica el geoquímico Jean-Denis Taupin de la UMI HSM, responsable del laboratorio compartido de análisis de isótopos estables del agua (LAMA) de Montpellier. “El bombeo masivo de agua dulce altera este equilibrio y puede hacer que el agua marina se introduzca en el acuífero con consecuencias en la calidad química del agua y, por tanto, en su potabilidad”. Estos fenómenos se agudizan con el aumento del nivel del mar y pueden poner en peligro la viabilidad de algunas zonas costeras, como el delta de Bengala.

       

       

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      El riego también puede contribuir a este proceso de salinización según confirman varios estudios hidrogeológicos de pequeñas cuencas en la región de Bizerte, en el norte de Túnez. “Sus acuíferos costeros tienen concentraciones de sales minerales hasta 10 veces superiores a la cantidad recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Obviamente, lo primero que se pensó es que la causa de estos niveles tan altos era una intrusión salina”, explica Jean-Denis Taupin, que lleva varios años trabajando en los acuíferos de la costa sur del Mediterráneo. “Sin embargo, las mediciones efectuadas en los acuíferos costeros han descartado esta hipótesis”. ¿De dónde viene entonces esta salinidad que amenaza a la agricultura en la región? Los exhaustivos análisis químicos realizados posteriormente apuntan a una causa agrícola. En realidad, “las condiciones geológicas locales hacen que las aguas subterráneas de la región tengan de por sí una alta mineralización. Cuando el agua se utiliza para el riego, una parte es bombeada por las plantas y otra se evapora, pero las sales permanecen, ya sea en el suelo o en el agua sobrante que no ha sido absorbida por las plantas y que regresa al acuífero”, explica el investigador. “La reincorporación de este agua de riego con una alta concentración de sales minerales conduce al cabo de los años a una mayor salinización del acuífero. A nivel de cuenca, otro efecto acentúa esta mineralización: “En las llanuras aluviales situadas cerca de la costa, el nivel freático se encuentra tan próximo a la superficie que una parte de sus aguas se evapora de forma natural, lo que automáticamente aumenta la concentración mineral”. Estos fenómenos podrían acabar amenazando la seguridad alimentaria mundial: según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), cada año se abandonan alrededor de 1,5 millones de hectáreas de tierras agrícolas debido a la salinización del suelo. 

      Paisaje tras el paso de los mineros. Los agujeros son un peligro para los niños. El suelo está contaminado por residuos mineros, a menudo concentrados en elementos metálicos tóxicos (arsénico, plomo, etc.).

      © IRD - Jacques Gardon

      Un recurso contaminado

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      Nuestra tan preciada agua no es nunca realmente pura. Suele contener muchos elementos químicos, en primer lugar sales minerales. “La salinización del agua es de origen natural en el 95 % de los casos”, sopesa Jean-Denis Taupin. “Por acción del agua y el dióxido de carbono, las sales minerales que están en el suelo se solubilizan y son transportadas a la capa freática. Los acuíferos costeros del Magreb, por ejemplo, tienen un alto contenido salino debido a la presencia de evaporitas en las formaciones geológicas superficiales”. En cantidades razonables, la mayoría de los minerales no afectan significativamente a la calidad y potabilidad del agua; algunos son incluso esenciales para el buen funcionamiento de nuestro cuerpo. Pero hay algunos componentes relativamente comunes en las aguas subterráneas que sí pueden suponer un problema para la salud. El flúor, por ejemplo, aliado de nuestra salud dental, causa intoxicación en altas concentraciones. “Una exposición prolongada a largo plazo puede también dar lugar a una fluorosis ósea, que debilita los huesos”, añade Jacques Gardon, médico epidemiólogo de la UMI HSM. Las regiones donde este riesgo es más preponderante son Oriente Medio y Asia, aunque algunas cuencas geológicas africanas también contienen sales de flúor.

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      El arsénico es otro elemento químico que se encuentra de forma natural en concentraciones altas en aguas subterráneas, sobre todo en Bangladesh, China, India, Sudamérica, Estados Unidos y México, o incluso en Francia, concretamente en Lorena. “La exposición al arsénico afecta a más de 100 millones de personas”, puntualiza el investigador que dedica parte de sus investigaciones a estudiar el impacto de este metaloideElemento químico que tiene propiedades metálicas y no metálicas  en la salud. Aunque en algunos casos la población parece hacer desarrollado una cierta adaptación, los riesgos para la salud derivados de un consumo regular de agua con arsénico son bien conocidos. “Los primeros signos de exposición son lesiones cutáneas en la palma de la mano y la planta de los pies, pero a largo plazo puede derivar en cáncer de piel, u otros, o en un aumento de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes. El arsénico también afecta al desarrollo cognitivo y la inmunidad de los bebés y los niños”, pormenoriza el médico.

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      Jacques Gardon ha observado estos signos clínicos en el cinturón de rocas verdes de África Occidental, en particular en el norte de Burkina Fase y Costa de Marfil. “El desarrollo de la minería de oro atrae a la población en busca de nuevas fuentes de ingresos. Para satisfacer sus crecientes necesidades de agua, cavan pozos profundos sin saber si el agua es de buena calidad”. Esta formación geológica contiene numerosos sulfuros metálicos, como la arsenopirita, que, al degradarse, liberan arsénico en la capa freática y en el suelo. “En algunos pozos hemos hallado concentraciones de 1 mg por litro, lo que supone 100 veces la dosis máxima recomendada por la OMS”, lamenta el médico. “Se trata de una auténtica catástrofe sanitaria para estas poblaciones que no son conscientes del riesgo”. De hecho, el agua con arsénico es clara y no tiene ningún sabor ni olor particular. Solo en Burkina Faso, 500 000 personas están expuestas a esta agua naturalmente contaminada. Junto con su equipo, Jacques Gardon se ha esforzado por evidenciar el peligro que suponen estas aguas subterráneas para las poblaciones afectadas, al tiempo que ha identificado los pozos menos contaminados para limitar la exposición a este veneno invisible. “Por desgracia, la situación actual de inseguridad en el norte de Burkina Fase nos ha obligado a suspender la investigación”.

      La búsqueda de oro y los peligros del arsénico

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      El impacto de las actividades humanas

      No obstante, son los seres humanos y sus actividades los que están amenazando la calidad del agua a un ritmo sin precedentes. Según las Naciones Unidas, más del 80 % de las aguas residuales de todo el mundo se vierten sin tratar al medioambiente. Esta cifra puede llegar al 95 % en países que carecen de sistemas de depuración. El sector minero es uno de los principales responsables. La minería requiere de por sí mucha agua, sobre todo para el tratamiento de los minerales, y además genera grandes cantidades de residuos que amenazan los recursos hídricos, a veces durante miles de años. Estos residuos contienen numerosos compuestos de azufre que producen ácido sulfúrico en contacto con el agua y el aire. “Las aguas residuales de las minas son muy ácidas y ricas en componentes metálicos tóxicos. Aunque no es consumida por la población, tiene un impacto enorme en el entorno, sobre todo en el medio acuático, y puede contaminar la capa freática a través de la contaminación de las aguas superficiales”, explica Jacques Gardon que, en el marco del proyecto ToxBol,  está estudiando el impacto de la contaminación polimetálica en Oruro, ciudad minera del Altiplano boliviano. El mercurio también es motivo de preocupación. Este metal tóxico se utiliza en la búsqueda de oro para amalgamar las partículas de oro, pero es un agente muy contaminante para la atmósfera y los cursos de agua, como ha demostrado un reciente estudio llevado a cabo por el IRD en la cuenca del río Oyapock, en la Guayana francesa.

       

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      En este caso, toda la cadena alimentaria resulta contaminada, poniendo en peligro la salud de la población local. “El mercurio es muy tóxico para el sistema nervioso de los mineros expuestos. Y la exposición en el útero altera profundamente el desarrollo cerebral de los niños”, explica el médico. Aparte del sector minero, otras actividades industriales como la petroquímica o la industria textil también contaminan las aguas subterráneas. Y la agricultura no se queda atrás. Los residuos de pesticidas y fertilizantes, incluidos los nitratos y fosfatos, se abren paso hasta las aguas subterráneas. También se han encontrado grandes cantidades de microplásticos en los ríos, como confirman los estudios llevados a cabo por el IRD en el río Saigón, los cuales se filtran a los acuíferos. Por su parte, las aguas residuales domésticas contienen los llamados “contaminantes emergentes” como los medicamentos, que no son tratados por los sistemas de depuración habituales. Un estudio internacional en el que participó el IRD ha revelado la presencia de rastros de antiinflamatorios y medicamentos para la epilepsia en las aguas superficiales y subterráneas de la cuenca de Mefou, que abastece de agua a Yaundé, la capital de Camerún.

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      Los retos del saneamiento

      Las aguas residuales domésticas también pueden ser una fuente de contaminación microbiológica si no se tratan. 2000 millones de personas utilizan fuentes de agua contaminadas con heces, según la OMS. La contaminación de los recursos hídricos por patógenos favorece la transmisión de muchas enfermedades como la diarrea, la disentería, el cólera, la fiebre tifoidea o la poliomielitis. También según la OMS, el acceso al agua potable y al saneamiento podría evitar más de 400 000 muertes por enfermedades diarreicas cada año, entre ellas casi 300 000 niños menores de cinco años. Pero aún queda mucho camino por recorrer. Según la ONU, en el año 2020, 3600 millones de personas seguían sin tener instalaciones de saneamiento en sus hogares. Unos 2300 millones ni siquiera disponían de instalaciones básicas para lavarse las manos. Y lo que es peor, 494 millones de personas siguen practicando la defecación al aire libre, principalmente en el África subsahariana y el sudeste asiático. Así pues, el saneamiento plantea un reto importante, especialmente en los núcleos urbanos de los países en desarrollo que no tienen los medios necesarios para ampliar sus redes de saneamiento para una población en rápido crecimiento.

       

      Las aguas residuales se vierten directamente en la calle, generando un importante problema de salud pública en Senegal.

      © IRD - Seydina Ousmane Boye

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      Es el caso, por ejemplo, de Dakar, capital de Senegal, donde la población se ha duplicado con creces desde los años 1990. “Desde la gran sequía de los años 1970, el éxodo rural ha contribuido a densificar los núcleos urbanos, como Dakar, donde la población se ha asentado en la periferia sin planificación urbanística ni redes de saneamiento”, explica Fatimatou Sall, geógrafa y presidenta de la Asociación de Jóvenes Profesionales del Agua y Saneamiento de Senegal (AJPEAS). La mayor parte de las aguas residuales se vierten directamente en la calle y las zonas habitadas antes de ir a parar al entorno. Se han construido sistemas de saneamiento independientes en algunas casas, la gestión de los lodos de estas fosas sépticas está viciada por las malas prácticas. “Debido a la falta de plantas depuradoras y a los costes, muchos hogares vierten los lodos en cualquier parte o los entierran en humedales”, lamenta la geógrafa. Esto contamina los recursos hídricos. “La empresa nacional de aguas de Senegal (SONES) ha tenido que cerrar los pozos de captación de Thiaroye a causa de esta contaminación microbiológica”, informa Fatimatou Sall, que coordina un proyecto para la mejora de la gestión de los lodos fecales en la zona de Niayes (Senegal). Con el apoyo técnico de la Oficina Nacional de Saneamiento de Senegal (ONAS) y Delvic, empresa senegalesa especializada en el tratamiento y la valorización de los lodos fecales, así como con el apoyo financiero del Servicio Público de Saneamiento de Île-de-France (SIAAP) y de la Asociación Francesa del Agua (PFE), este proyecto, dirigido por AJPEAS, está haciendo un balance de la gestión de los lodos fecales y de las aguas residuales en la región de Niayes, así como analizando sus impactos medioambientales y socioeconómicos. Esta franja costera, que se extiende desde Dakar a Saint Louis, alberga una rica fauna y flora. Este humedal también se utiliza para la horticultura, lo que le ha valido el apodo de “granero” de Senegal. En última instancia, este proyecto pretende ayudar a preservar este frágil ecosistema con soluciones basadas en la naturaleza, es decir, acciones que protejan de manera sostenible los ecosistemas para responder a los retos de la sociedad, garantizando el bienestar de las personas y generando un impacto positivo en la biodiversidad según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

      El aumento de la densidad urbana, como en el distrito de Ngor, en Dakar (Senegal), es uno de los muchos factores que inducen a mejorar la gestión del agua.

      © IRD - Seydina Ousmane Boye

      Hacia una gestión del agua más sostenible

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      Crecimiento demográfico, urbanización y cambio en el uso del suelo, cambio climático, sobreexplotación y contaminación de los recursos… son muchos los retos que enfrenta la gestión del agua. Algunos pueden abordarse con soluciones basadas en la naturaleza.

      Filtro verde de Ecolibri con papiros y flores de caña en la cornisa de Ouakam

      © FiltrePlante: https://filtreplante.com/

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      Por ejemplo, “los suelos y las plantas pueden mineralizar la materia orgánica de las aguas residuales domésticas del mismo modo que lo hacen las riberas de los ríos de forma natural”, afirma Didier Orange, ecohidrólogo de la UMI Eco&Sols. El concepto SmartCleanGarden se basa en este conocido principio de fitodepuración. “La depuración con plantas es una solución ecológica, resistente y de bajo coste que elimina el 99,99 %de los patógenos”. Este sistema de depuración consta simplemente de un lecho de grava aislado del suelo, equipado con un sistema de drenaje, sobre el que se planta vegetación. A un ritmo determinado, las aguas residuales crudas se esparcen en el estanque y la acción de los rayos ultravioleta (UV) del sol elimina los patógenos. El agua se filtra después por la grava donde la materia orgánica se mineraliza antes de ser asimilada por las plantas. Tras probar el concepto en Hanoi con el apoyo de la Academia de Ciencias de Vietnam (VAST), los miembros1 del consorcio SmartCleanGarden buscan ahora mejorar la eficacia de este mecanismo de depuración con plantas, en particular a través del proyecto O'biom (Optimisation des filtres plantés par BIOdiversité augmentée : effet sur la Matière organique) que estudia el papel de la biodiversidad en la mineralización de la materia orgánica. “Al igual que en la naturaleza, una mayor biodiversidad mejora la eficacia de la biorremediación y la fitodepuración en los filtros verdes. La macrofauna, y las lombrices de tierra en particular, así como la diversificación de la vegetación plantada podrían facilitar la biodegradación de la materia orgánica de las aguas residuales”, explica Didier Orange, que coordina este proyecto apoyado por el Labex Centro Mediterráneo de Medioambiente y Biodiversidad (CeMEB).

      Huerta regada con el agua filtrada por el sistema depurativo de Ecolibri

      © FiltrePlante: https://filtreplante.com/

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      La solución técnica de la depuración con plantas, o filtro verde, ya está operativa en núcleos urbanos donde las redes de saneamiento y los recursos son limitados. Pero el SmartCleanGarden Concept es mucho más que un simple tratamiento de las aguas residuales domésticas. Invita a un cambio de paradigma: “Ya no hay que ver las aguas servidas como un residuo, sino como un activo; no solo tienen una utilidad, sino que pueden ser rentables a nivel económico y contribuir a la transición ecológica”, considera Didier Orange. Ese mismo mensaje es el que quiso transmitir la ONU en 2017 su informe anual sobre el desarrollo de los recursos hídricos« Les eaux usées, une ressource inexploitée » Unesco pour ONU-Eau, 2017 1. En él se subraya el potencial de mejorar la gestión de las aguas residuales para generar beneficios sociales, medioambientales y económicos esenciales para el desarrollo sostenible. “El SmartCleanGarden es una de esas soluciones del nuevo mundo para depurar las aguas residuales a nivel local y reutilizarlas para reverdecer y embellecer las ciudades e incluso regar las huertas de las zonas urbanas y periurbanas”. En Dakar, por ejemplo, la ONG socioambiental  Ecolibri encargó a la empresa senegalesa FiltrePlante la construcción de un filtro verde que trata unos 10 m3 de aguas residuales al día. El agua recuperada se utiliza para regar árboles y una huerta.

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      Ahorro de agua en la agricultura

      La agricultura es uno de los sectores que más agua necesita. Los cultivos de regadío concentran el mayor consumo de agua en la agricultura lo que, en todo el mundo, representa más del 70 % de las captaciones de agua. En entornos áridos y semiáridos, el riego resulta indispensable para paliar la ausencia de lluvias. Este tipo de cultivos no solo mejoran la productividad de la tierra en comparación con la agricultura de secano, sino que también permiten que los agricultores estén mejor pagados. El riego es además un factor clave para la seguridad alimentaria mundial: solo el 20 % de las tierras cultivadas son de regadío, pero producen cerca del 40 % de los productos agrícolas. En todo el mundo, especialmente en el Sur, predomina el riego por superficie, que en general consiste en sistemas que aplican el agua al suelo por gravedad. “Estos sistemas de riego conllevan una artificialización del entorno a nivel mundial mediante la construcción de embalses y canales”, señala Jean-Philippe Venot, geógrafo de la UMI G-EAU. Estas infraestructuras son necesarias pero costosas y requieren un mantenimiento frecuente. Además, el riego por superficie consume más agua de la que necesitan los cultivos. Para ahorrar agua, se están promoviendo otras técnicas de riego, como el riego por goteo, sobre todo por parte de los donantes y las ONG. “Esta técnica de microrriego puede mejorar la eficiencia del uso del agua a nivel de parcela en comparación con los sistemas de gravedad y limita la salinización del suelo. Pero, paradójicamente, el riego por goteo puede aumentar el consumo de agua, ya que permite explotar tierras que de otra manera no podrían cultivarse”, matiza el geógrafo. Por otro lado, “el microrriego no siempre se adapta a las necesidades de los pequeños agricultores, sobre todo en el África subsahariana, y suele asociarse a la promoción de un modelo empresarial agrícola que plantea problemas de equidad”. El coste de estos sistemas de riego contribuye a la concentración de la tierra en manos de los agricultores más grandes y, por tanto, a la marginación de los más pequeños.

       

       

      © IRD-Jean-Philippe Venot

      Prek en la provincia de Kandal (Camboya) utilizado para el riego.

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        Estas observaciones nos llevan a replantear el riego. Para apoyar esta reflexión, se creó en 2013 el Comité Científico y Técnico del Agua Agrícola (COSTEA) con financiación de la AFD. “Esta red de intercambio y consultoría pretende movilizar los conocimientos en materia de riego para difundirlos entre los diferentes implicados y responsables de la toma de decisiones en los países de actuación de la AFD”, explica Jean-Philippe Venot, que es miembro del consejo científico y técnico de COSTEA. “El objetivo en última instancia es desarrollar una gestión del agua y del riego más participativa, sostenible y equitativa”. Hay proyectos en marcha en África Occidental, el Magreb, Sudamérica y el Sudeste Asiático.

        Riego localizado para el cultivo de hortalizas en las llanuras aluviales de la provincia de Kandal, Camboya.

        © IRD - Jean-Philippe Venot

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        Por ejemplo, en las llanuras aluviales de Camboya, “la AFD se propuso rehabilitar y construir infraestructuras de control del agua en la zona de los preksCanales excavados en la tierra para riego y drenaje en la parte alta del delta del Mekong, Camboya, que se remontan al periodo colonial y se utilizan además para la pesca, el transporte, la sedimentación o la distribución del agua en caso de crecida de la provincia de Kandal, ubicada en la parte alta del delta de Mekong”, puntualiza el geógrafo. “Pero sus repercusiones en este ecosistema aún no se han evaluado por completo”. Además de para el riego de los cultivos, estos valles de inundación también son aprovechados por los pescadores y albergan una biodiversidad incomparable. La misión del COSTEA es inventariar los sistemas agrícolas y las redes hidrológicas de la zona reuniendo a las diferentes partes interesadas para reflexionar sobre alternativas menos artificiales que la construcción o la rehabilitación de infraestructuras de control del agua. “La idea es volver a poner las cuestiones medioambientales y sociales en el centro del debate”.

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        ¿Es posible una nueva gobernanza del agua?

        A escala más global, el ámbito de la gobernanza del agua enfrenta los mismos escollos. “El crecimiento y el desarrollo económico suelen primar aún con demasiada frecuencia sobre las cuestiones de equidad social y sostenibilidad medioambiental”, se lamenta el hidrogeógrafo François Molle. Esta observación, que se remonta a los años 1990, dio lugar al concepto de Gestión Integrada de Recursos Hídricos (GIRH). Refrendada en la Cumbre de la Tierra de Río de 1992 y promovida desde entonces por los donantes y algunas ONG, la GIRH se basa en la idea de que el agua es parte integrante del ecosistema y constituye un recurso natural, además de un bien social y económico. Así pues, para una “buena” gestión del agua es necesario tener en cuenta todos estos factores –ambientales, sociales, económicos y geográficos. “Sobre el papel, todo el mundo está de acuerdo con estos principios, pero a menudo entran en conflicto”, señala François Molle. “Por lo tanto, llevarlos a la práctica es difícil, sobre todo en el Sur”. En todo el mundo, se han adoptado nuevas leyes sobre el agua y se han creado agencias para la gestión de las cuencas hidrográficas, pero sin voluntad política, un marco legislativo claro y recursos, estas medidas suelen tener poco impacto en la manera en que se gestiona el agua. “Siguen tomándose muchas decisiones atendiendo a intereses políticos y/o financieros”. Sin embargo, la única forma de resolver los retos derivados de la gestión del agua es contar con una gobernanza transparente y más horizontal, que implique a todas las partes usuarias.

         

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        Mayor colaboración

        La crisis hídrica a la que se enfrenta la humanidad está lejos de resolverse. Pero los investigadores siguen haciendo su trabajo analizando los desequilibrios de poder en la gobernanza del agua para proponer recomendaciones. Su papel en la difusión de conocimientos es fundamental, no solo entre los responsables políticos, sino entre todas las partes implicadas, incluyendo los más jóvenes (ver Recuadro). En este sentido el mundo académico debe seguir fortaleciendo las redes de investigadores como la del programa FRIEND-Water (Flow Regimes from International Experimental and Network Data) de la Unesco. “Este programa forma a científicos y agentes del agua de ocho grandes regiones del mundo (Europa, Asia-Pacífico, América del Sur y el Caribe, la Cuenca del Mediterráneo, África Occidental y Central, la cuenca del Congo, el valle del Nilo y el sur de África) y les permite intercambiar datos y técnicas para mejorar el conocimiento disponible sobre el agua”, explica Gil Mahé, representante actual del programa. “Los diferentes coordinadores regionales también organizan eventos sobre hidrología que tienen mucho éxito sobre todo entre los investigadores africanos, ya que por cuestiones económicas y de visado, tienen dificultades para asistir a las grandes conferencias internacionales”.

         

        El taller Phil’eau: concienciar a los jóvenes sobre el valor del agua

        La finalidad pedagógica del concepto “Phil'eau – Pensar el mundo a través del agua” es implicar a las nuevas generaciones en las cuestiones relacionadas con el agua. “La idea surgió hace tres años durante un proyecto de colaboración con Audrey Perez-Fouet, educadora en la escuela Montessori des Leins, Montagnac, en el sur de Francia”, explica Jeanne Riaux, antropóloga de la UMI G-EAU. “Juntas diseñamos tres módulos que, a través de un mensaje de tolerancia y apertura a los demás, abordan el agua en movimiento y los problemas de reparto de este recurso antes de explorar el lugar que ocupa el agua en nuestro imaginario”. La antropóloga, que actualmente se encuentra en Saint-Louis, Senegal, ha podido organizar una serie de talleres en varias escuelas senegalesas con el apoyo de la representación del IRD en Dakar, la Red de Clubs Científicos de Senegal y los Institutos franceses de Saint Louis y Dakar. La aventura Phil’eau seguirá pronto su camino hacia Mauritania y otros lugares. Se está terminando un kit educativo listo para usar para los profesores que deseen abordar este tema con sus alumnos.

         

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        La investigación también debe abordar sus propios puntos débiles. “Con demasiada frecuencia, sigue sin haber interacción entre las ciencias sociales y las ciencias ambientales", lamenta Jeanne Riaux, antropóloga de la UMI G-EAU, destinada en Senegal. Para fomentar el diálogo entre ambas disciplinas, la investigadora ha creado en Senegal y Mauritania el proyecto estructurador de formación (PSF) "Interdisciplinarités au Sud". “A través de seminarios, talleres y momentos de reflexión colectiva, investigadores de todas las disciplinas se cuestionan sus compromisos y los medios para alcanzarlos. Al adoptar una visión diferente de su trabajo, se plantean preguntas de investigación nuevas y relevantes, a menudo a través de la interdisciplinariedad”. Pero la antropóloga quiere ir más allá. “Tenemos que traspasar las fronteras del mundo académico para llegar a la sociedad. La dicotomía entre sabiduría local y conocimientos científicos ya no tiene sentido. Todos, a nuestra manera, tenemos conocimientos sobre el agua. Por otro lado, los científicos en general, y los hidrólogos en particular, producen muchos conocimientos, pero estos no son fáciles de manejar por los distintos actores del mundo del agua. Para aprovechar estas investigaciones mediante herramientas de ayuda a la toma de decisiones, hay que animar a los hidrólogos a que reflexionen y dialoguen con los múltiples interlocutores no académicos”. Ese es el objetivo de la investigación coordinada por Jeanne Riaux dentro del proyecto Ciclo del Agua y Cambio Climático (CECC). “Esta iniciativa de reflexión, primero con los investigadores y luego contando con los agentes de la sociedad, tiene como finalidad invitar a los investigadores del proyecto CECC a tener en cuenta el mundo no académico a la hora de enfocar sus investigaciones”. Y, en última instancia, posibilitar una ciencia de la sostenibilidad que esté, en la medida de lo posible, al servicio de los responsables de la toma de decisiones y de la población.

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